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Evocación histórica del mueble hinchable, muy sostenible pero un gran error (pero el sofá que compostaba basura fue peor).

Esta nota no es de una información de actualidad. Y nos la trae un colega internacional, The Hustle, que publica numerosas historias de interés en gran variedad de ámbitos (no del electrodoméstico). Aunque, por otro lado, está disponible en otras fuentes.

Por lo que atañe a una empresa relacionada con nuestro sector, como es la cadena de distribución de mueble y equipamiento del hogar Ikea, acaba de evocar una referencia histórica, que sirve para consuelo de todos aquellos que alguna vez se han equivocado al lanzar un producto. Se trata del mueble hinchable.

Parecía una buena idea. El diseñador de muebles Jan Dranger convenció al fallecido fundador de Ikea, Ingvar Kampard, en 1995, de que un mueble hinchable era una buena propuesta. El cliente se lo llevaría a casa con facilidad, lo hincharía con ayuda de un secador de cabello, y si lo cubría con una tela parecería un sofá o una silla normal. Se trataba, además, de una propuesta de sostenibilidad: un 85% menos de materias primas, un 90% de reducción en volumen de transporte.

Ikea creó una sociedad mixta con Dranger, denominada Soft Air, y en 1997 comenzó a vender un sillón y un sofá en tiendas de Estocolmo, Hamburgo y París. Pero los muebles eran demasiado livianos y «flotaban» en las tiendas, o, mejor dicho, se deslizaban. La electricidad estática los convertía en un imán para el polvo. En el domicilio de los clientes, estos hinchaban el mueble con secador de cabello, pero no en la posición fría como era preceptivo, sino con aire caliente, y derretían el plástico, o, si no lo dañaban, igualmente el mueble perdía volumen al enfriarse el aire interior. Por otro lado, la válvula perdía aire (como los flotadores de playa, que al cabo de un rato ya no están tersos), con lo que el mueble chirriaba y, después de un tiempo, había que reinflarlo.

Dos años después, en 1999, Ikea y su socio disolvieron la empresa de muebles hinchables.

The Hustle informa que Ikea ha tenido ideas peores. También con un auténtico pedigree de sostenibilidad, en 1994 lanzó un sofá con un compartimento interno donde podían colocarse restos de comida para compostarlos (y convertirlos en abono). Lo extraño es que nadie previese que eso podía causar mal olor. En efecto, ese problema fue el que convirtió el sofá en un fracaso.

La historia del fiasco del sofá hinchable pueden verla también en este enlace de Museum of Failure

© MARKET VISION


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