Si compras un pequeño aparato a 12 euros, quizá no debería sorprender a nadie: tienes lo que pagas, y nada más.
Hace unos días publicábamos una información sobre una denuncia de incumplimiento de normativa en un secador de cabello. Sobre este tipo de pequeños electrodomésticos, que a veces se descubren en tareas de chequeo ordinario del mercado por parte de la industria, nos confirman que los hallazgos resultan a veces muy llamativos.
Cuando un secapelo se vende a 12 euros (y con un complemento de otros productos de regalo, casi al estilo de venta de charlatán de feria: «compre esto, muy barato, y además esto otro por el mismo precio»), es más que razonable sospechar que aquello no puede ser de muy buena calidad, por mucho que se haya comprado directamente a un fabricante chino «low-cost». La calidad tiene un precio, y, si tiras a por lo más barato, obtienes aquello que pagas, lo cual no siempre es seguro.
No sorprende mucho, entonces, a quienes lo adquieren para verificar el cumplimiento de normativas de seguridad eléctrica, por ejemplo, que al primer test en laboratorio el producto pueda incendiarse. Literalmente. Como para dar un brinco por el susto. Haciendo un chiste malo, hay secadores de cabello que pueden poner los pelos de punta.
Cosas así son las que ocurren realmente, en ocasiones, cuando se hace una compra de electrodomésticos para este tipo de exámenes. Y no es broma.
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