- La experiencia de uso es fascinante. Pero son caras. Pesadas. Imprecisas...
- Hay otras objeciones que eran previsibles. Como las que planteaban las (mucho más baratas) gafas 3D.
- Ahora bien: se sabe que algunos de los primeros compradores no las devolverán ni en broma. Las guardarán como inversión.
- Imaginen lo que valdrán, dentro de veinte años, las primeras Apple Vision Pro del mercado.
En las dos primeras semanas es posible retornarlas, sin que nadie te pregunte. Ya hay quejas. Pero... pueden pesar otras razones.
El lector probablemente conoce ya el lanzamiento de las Apple Vision Pro, esas gafas de realidad virtual, o mejor dicho, realidad aumentada (ya que se combina la realidad real con la virtual), o como se las quiera denominar (Apple habla de «computación espacial»), que parecen gafas de esquí pero aportan una experiencia mediática sublime.
El lanzamiento comercial en EEUU se produjo el 2 de febrero, y sabemos que ha habido usuarios europeos y de otras partes del mundo que se han desplazado a los Estados Unidos para comprar sus primeras gafas Vision Pro, como suele ocurrir con los grandes aficionados incondicionales de Apple.
Existe ahora cierta expectación por conocer, si es que Apple llega a revelar el dato, qué ocurre hoy, 16 de diciembre, ya que los compradores disponían de 14 días de prueba, tras los cuales, si no estaban (o están) satisfechos pueden devolver el producto y recuperar el importe. El precio de venta de estos dispositivos es de 3.500 dólares. Si se devuelven dentro de las dos primeras semanas, en buen estado y con la caja en que venían, no hay preguntas ni objeciones: te retornan el dinero y ya está. Y lo cierto es que hay un número de quejas manifestadas en redes sociales. Ojo, también abundan (con creces) los comentarios positivos.
Las gafas son impresionantes. No entraremos en la descripción técnica, fácilmente disponible en cualquier lugar de internet. La experiencia inmersiva es maravillosa, y tanto para aplicaciones de espectáculo (cine a todo campo de visión humano, audio auténticamente envolvente), entretenimiento activo (juegos como si estuvieras dentro de la acción), productividad (una nueva dimensión para el trabajo el ordenador) como también comunicación (las aplicaciones del smartphone, así como las videoconferencias, flotando en el aire ante nuestros ojos, con diversas pantallas repartidas por la estancia: ver vídeo de muestra).
Pero las gafas pesan entre 450 y 700 gramos, lo que a algunos usuarios les causa molestias (cuello, cervicales) tras 15 minutos de uso. Requieren una conexión a una batería que puedes llevar en el bolsillo, que también pesa más de 300 gramos, y va conectada con un cable que puede estorbar. Las gafas reducen (según quienes se quejan) la luminosidad del entorno, el cual no se ve directamente sino en las dos pantallas transparentes que reproducen la imagen captada por sendas cámaras. El control gestual, absolutamente fascinante, no es siempre muy preciso. Y la escritura en teclado virtual tampoco lo es, por lo que resulta lenta, y es necesario deshacer lo tecleado. Hay quien se queja de molestias en la cara (por la sujeción de las gafas), de mareos, y de dolor de cabeza, sequedad de ojos y fatiga visual.
Al margen de esas quejas de uso, otras objeciones eran previsibles. Por ejemplo, que para productividad requieren tener un ordenador con el que se conecta, y no parece tener mucho sentido pagar 3.500 dólares por «una pantalla extra», por muy inmersiva que sea, especialmente si el teclado virtual es poco preciso.
O que, para cine en casa, puede resultar molesto mantener unas gafas «de esquí» durante hora y media sobre la cabeza, y que la experiencia no puede ser compartida con tu pareja y/o uno o varios amigos, a menos que tengas unas gafas para cada uno, por lo que la inversión se eleva a 3.500 dólares por cabeza, salvo que cada cual se traiga las suyas desde casa. En cualquier caso, de este modo la experiencia social compartida se sustituye por una suma de individualidades, aunque es cierto que a través de las gafas puedes ver los rostros de los demás, si bien, en el caso de que todos lleven esas gafas, lo que al final ves es a una colección de «buzos» o «esquiadores» en casa.
En este sentido, las objeciones para ver cine con las Apple Visio Pro son semejantes a las de las gafas 3D con los televisores, que acabaron fracasando pues nadie las usaba más allá de una o dos experiencias. Por supuesto, estas son mucho más fascinantes, pero también más incómodas (y caras).
Aquí, la disyuntiva es entre una experiencia excelente, soberbia, según lo que dicen todos los que las prueban, y las molestias de uso y las desventajas prácticas que algunos pueden poner en el otro plato de la balanza.
Estos días se verá cuántos de los primeros compradores devuelven las gafas. Aunque quizá Apple no lo desvele. Y, por otro lado, se cree que muchos de estos super-fans de Apple pueden incluso conservarlas, incluso si no las usan, como inversión de futuro: imagínense lo que valdrán en subasta dentro de veinte años las primeras Apple Vision que llegaron al mercado. Nos consta que algún europeo de los que se desplazaron a EEUU para adquirirlas se llevaron dos: una para usar, otra para guardar en una caja bien segura, por diez, quince, veinte años.
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