Una vez más, la recarga de un teléfono móvil ha causado una desgracia.
Esto comienza a ser enojoso (y doloroso) para las gentes del sector de los bienes tecnológicos de consumo. Llevamos meses trayendo a colación noticias de incidentes (accidentes, siniestros) provocados por baterías. A veces son de teléfonos móviles. A veces, de patinetes eléctricos. No ha sido un capricho la prohibición de subir a autobuses o vagones de tren (es decir, a vehículos de transporte público) con patinetes eléctricos. Por otra parte, el aparatoso incendio de un almacén de Cecotec hace pocos meses tuvo su origen en la recarga de uno de esos artilugios. Ni siquiera las firmas del sector están a salvo. Un desastre.
Ahora hemos de lamentar todos la muerte de cuatro personas en el pueblo de Guillena, provincia de Sevilla. La noticia la habíamos leído, probablemente, muchos de nosotros. Un incendio en una vivienda, el pasado domingo. Fallecieron los miembros de una familia.
Cierto, las personas tuvieron además la mala fortuna de no poder escapar de las llamas, en su casa de dos plantas, por hallarse impedidos por el fuego que comenzó en la planta baja, y teniendo las ventanas protegidas por barrotes que, en este caso, si bien no dejaban entrar a ladrones, tampoco permitieron a los habitantes huir. Los vecinos tampoco pudieron, como intentaban, auxiliarles.
Un cuadro horrible, originado por un pequeño incendio que se extendió con rapidez. Pero ¿cuál fue el origen?
De nuevo se especuló, el primer día, con que pudiera haber sido la batería de un patinete. Pero la prueba pericial del Equipo de Incendios, según ha informado la Guardia Civil, establece que el fuego comenzó en un sofá en la planta baja, donde reposaba un teléfono móvil en recarga, el cual, según se ha dicho de modo periodístico, habría hecho «explosión».
Algo falla en el sector de bienes tecnológicos de consumo cuando tantos siniestros tienen su origen en esa pieza: la batería.
Es cierto que no resulta prudente dejar enchufado un dispositivo recargando toda la noche, cosa que muchos habremos hecho alguna vez y otros muchos todavía hacen a diario. Tampoco es prudente descuidar el móvil si está conectado a un cargador rápido, de esos que se calientan notablemente... y que recalientan la batería del dispositivo. Todo eso es cierto. Pero no puede achacarse todo a la imprudencia del usuario.
Siempre recordamos aquí que, históricamente, los cierres magnéticos de los frigoríficos no nacieron para hacer más cómoda la apertura de la puerta, sino para que, si un niño quedaba encerrado en su interior, pudiera abrir empujando (los primeros armarios-nevera tenían unas manijas de palanca en el exterior que bloqueaban la puerta, con lo que nadie habría podido salir sin ayuda desde fuera).
Es una mención anecdótica, pero alguien debería exigir mayores garantías de seguridad en las baterías, para evitar que su recarga pudiera desembocar en un incendio. ¿No creen? Para cosas así existe, por ejemplo, el reglamento técnico de baja tensión, que pretende entre otras cosas evitar riesgo de incendios en el uso de electrodomésticos. De vez en cuando hay alguna marca de pequeño electrodoméstico de bajo coste y procedencia oscura que incumple la norma. Pero las inspecciones permiten verificarlo y denunciarlo a Consumo, que retira el producto. Se supone que, si un aparato está normalizado y cumple los reglamentos no puede arder. Pero se ve que, con las baterías y los cargadores, esto no está asegurado.
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