Revise a fondo las prendas, antes de la colada: en lavadoras y secadoras, solo ropa, por favor.
Ocurrió ya el 14 de marzo por la tarde, y se hizo eco un diario local. Pero ha sido esta semana cuando la noticia ha llegado a todos los medios, a raíz de la difusión de un vídeo de la cámara de seguridad.
Recogemos la información porque es curiosa, como aquellas historias que un vendedor de electrodomésticos contaba hace años en una convención de un grupo de compras, por ejemplo sobre el ama de casa que quería devolver la nueva lavadora con mayor poder de centrifugado porque le destrozaba los caracoles (los lavaba en esa máquina, y a más revoluciones las cáscaras se rompían).
Pero esta vez no son electrodomésticos para la vivienda sino de lavandería. Y la cosa no pasa de una anécdota, aunque a los bomberos debió de parecerles algo más que un chiste. En todo caso, al igual que en el caso de los caracoles, el fabricante no tiene la culpa de que alguien haga mal uso de los aparatos.
No sabemos si fue en el Polígono de Pocomaco, de Mesoiro (Coruña), donde alguien que pone nombre a las calles debió de ser humorista, puesto que la llamó Sexta Avenida, al estilo neoyorquino. O si fue en la calle Marismas, al lado de dicho Polígono. Los reporteros locales dijeron lo primero, los bomberos lo segundo.
Allí se encuentra una lavandería, en la planta baja de un edificio de tres niveles. Se llama Agua y Jabón pero en gallego, o sea, Auga e Xabón. Probablemente fue un señor, al que se ve salir del local cargado de unas bolsas, quien colocó ropa en una secadora. A los pocos minutos de que dejase la lavandería, parece verse una llamarada en el interior de la máquina, y al poco se produce una explosión que destrozó la máquina y los cristales de la puerta.
Tras la investigación, se supo que el calor de la secadora provocó la deflagración del contenido de un recargador de encendedores, que probablemente iba dentro de la ropa. Es como cuando el gato se te mete en la lavadora antes de cerrar la puerta, solo que en este caso debió de ser un descuido del cliente.
La lección es tan obvia que no parece una buena moraleja: «no metas un mechero, y menos un recargador de mecheros, en la secadora». Es tan obvia, en efecto, que no sirve. Porque seguro que el cliente no pensó en secar el mechero.
El verdadero consejo sería: «revise usted bien, cien veces si hace falta, la ropa que pone a secar». No se despiste, no se descuide. A veces lavamos y secamos un billete de cincuenta euros que iba en el bolsillo del pantalón. Eso no es bueno. Pero hay desgracias peores.
Ni mecheros, ni gatos, ni niños traviesos. En lavadoras y secadoras, solo ropa.
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